Cabezas rapadas (Shaved Heads)
En español
El forcejeo de la adolescencia con la juventud que se acerca a marcha forzada transparenta en los rasgos de los muchachos. A veces los ojos y las orejas, otras la lana que luego será barba y bigote; las manos grandes, las extremidades sin proporción. En medio de tal florecimiento, la cabeza rapada; una burla que acecha a los muchachos con exasperante puntualidad. El pelotón llega marchando hasta la antesala del galpón habilitado como barbería. Hay tres señores traídos de la ciudad, desconocidos, para evatir cualquier chantaje afectivo. Fría e implacablemente sus máquinas acaban los cabellos, último rasgo de rebeldía para el criterio de los oficiales. El sargento mayor, el jefe de pelotón o el teniente, según los ánimos en la "cruzada contra el diversionismo ideológico", va llamando a las víctimas por sus números. Elementos 603, 604 y 605, ¡a los sillones! La operación es uniforme e impersonal. Son tres seres numerados que a un tiempo se sientan ante los barberos, a un tiempo son rapados y a un tiempo se incorporan con la apariencia que deben tener, la del hombre uniforme. Nada personal, nada distintivo. Solo obedecer. Las órdenes se cumplen y no se discuten. Pero esta vez, la maquinaria salta. En el largo conteo faltan cuatro números. Alguien pide permiso para informar que están hospitalizados. El sargento duda y anota. Todos saben que es mentira, pero esta vez ni los "chivatos" llegan a la delación. La indisciplina es demasiado grave. Los cuatro se ocultan en los bosques circundantes y no regresarán hasta que haya concluido el corte del cabello de toda la compañía. Ellos y los que a escondidas les llevan los alimentos y el agua, defienden tres semanas más de presencia digna.
In English (trans. by Andrew Hurley)
The ongonig wrestling match bewten adolescence and the young manhod growing stronger every day can be seen in the boys’ features. Sometimes in the eyes and ears, sometimes in the fuzz that soon will be a beard, a moustache. The big hands, the disproportionate extremities. And in all this sprouting, burgeoning growth, the shaved head—a terrible mockery that hounds the boys and brings them to bay with dismaying regularity. The platoon marches into the lobby-like room of the quonset hut fitted out as a barber shop. There are three men brought in from town—strangers, to avoid any possibility of special pleading. Coldly, implacably their machines mow down the hair—that last trace of rebelliousness, as the officers see it. The sergeant-major, the platoon leader, or the lieutenant, depending on how the "crusade against ideological diversionism" is going, calls out the victims by their number. Elements 603, 604, and 605—in the chairs! The operation is uniform and impersonal. They are three numbered creatures who take their seats in unison before the barbers, whose hair is clipped to the scalp in unison by the barbers, and who rise in unison from the barber chairs, loking as they are intended to look-like Uniform Man. Nothing personal, nothing distinctive. Just obey. Orders are followed, not discussed. Followed, not debated. Followed, not argued over. But this time, the machinery skips a beat. In the long count, four elements are missing. Someones asks permission to report that they are hospitalized. The sergeant hesitates, then notes it down. Everyone knows it's not true, but this time not even the worst snitches dare denounce them. The breach of discipline is too serious. The four boys hide in the surrounding woods and do not return until the whole company's hair has been cut. They, and those who secretly carry them food and water, have held out and gained three more weeks of proud life.